En una ciudad de más de cuatro siglos de existencia como La Habana, con las características combinadas de un centro histórico y arquitectura moderna reflejada en hoteles e inmuebles varios, la presencia de los comerciantes de libros viejos añade una nota de color al quehacer diario de los cubanos.
Fieles amantes de la letra impresa, los vendedores de publicaciones de uso concentran en la actualidad su quehacer en la Plaza de Armas de casco histórico de la capital, aunque no es raro encontrarlos en calles como Obispo o en diversos sitios del popular barrio del Vedado.
Como antecedente de la actividad, las cifras oficiales revelan que de 1959 a 1990 en la mayor de Las Antillas fueron publicados cerca de 30 mil títulos, con una tirada total de hasta 900 millones de ejemplares, en una gama de géneros que incluye desde las novelas hasta los ensayos o series de clásicos de la literatura universal.
Todo ese enorme volumen de impresos, a lo cual se suman importantes cantidades importadas desde el extranjero, constituye precisamente el preciado fondo del cual se nutren los también conocidos como "comerciantes de lo viejo".
Sin embargo, con el auge del turismo los naturales de la isla también descubrieron el interés de los visitantes por acceder a los tesoros de la literatura editada en la isla, por lo cual los antiguos vendedores de portal cedieron su lugar a verdaderos profesionales que dominan incluso varios idiomas lo suficiente como para establecer una comunicación con sus clientes.
El secreto de ese conocimiento esta en las características del sistema educacional cubano, donde tras cuatro décadas de enseñanza gratuita existen profesionales ya en retiro que acuden a esa actividad como una forma más de aumentar sus remuneraciones, además de disfrutar del contacto con empolvadas y preciosas creaciones de la literatura.
Obras prácticamente agotadas de narradores cubanos y latinoamericanos figuran como las de mayor demanda entre los amantes de los libros, en una relación en la cual Alejo Carpentier se da la mano con Gabriel García Márquez y el argentino Julio Cortázar, por citar algunos.
La historia de la cultura cubana, reflejada en trabajos e investigaciones sobre el folklore, los cultos y religiones afrocubanas, despierta la avidez de no pocos bibliófilos extranjeros, con ansias de beber de un trago las peculiaridades de una sociedad que se formó durante más de 500 años.
Al acercarse a la tarima del vendedor, los amantes de la literatura pueden disfrutar hasta el límite con el encanto de tomar la publicación en sus manos y hojearla, para después -si es del agrado del usuario- entrar en el interesante mundo del regateo con el comerciante.
Muchas veces el secreto está bien escondido entre montañas de libros, donde tras mucho escarbar el cliente tropieza con una novela ya olvidada o un tratado de alguna especialidad buscado por largo tiempo y dejado con resignación por imposible.
En esta época, donde las tecnologías de la información cobran cada vez mayor fuerza, los comerciantes de libros viejos llegaron a La Habana para quedarse, con la complicidad de los amantes de la buenas publicaciones, expuestas a la manera tradicional de los impresos.