La central provincia cubana de Sancti Spiritus, con dos de los primeros asentamientos poblacionales fundados por los españoles en la mayor de Las Antillas, representa en la actualidad la fórmula perfecta para los amantes de la historia y el turismo.
Con el aval de una existencia que supera ya los 486 años -surgida en la primera mitad de 1514- la llamada en sus inicios Villa del Espíritu Santo tuvo su asentamiento original en las márgenes del río Tuinicú, para trasladarse a orillas del Yayabo hacia 1552.
Cuarta entre las siete villas establecidas en la isla por los conquistadores en el siglo XVI, encierra valores arquitectónicos, históricos, tradiciones culturales y bellezas naturales, en una combinación atractiva y singular.
Tres estilos constructivos coinciden en la zona colonial de la ciudad, donde se contabilizan más de mil edificaciones con valor arquitectónico a partir de la mampostería y el adobe tradicional.
El barroco español está presente en los amplios portales de las mansiones señoriales de antaño, en una estructura donde la amplia plazoleta con la iglesia al centro constituia el diseño clásico de las poblaciones, tendencia que evolucionó hacia un método constructivo adaptado a las condiciones del país.
Hacia el siglo XVIII irrumpe con fuerza el estilo neoclásico, presente hoy en día en la ornamentación de puertas y ventanas con preciosas rejas de vistosas filigranas, donde los artesanos buscaron cumplir el doble cometido de proteger y a la vez embellecer.
En este propio territorio se localiza la antigua villa de la Trinidad, tercera de su tipo en el país -fundada también en 1514- y con el atractivo adicional de ser uno de los sitios mejor conservados del continente en cuanto a arquitectura colonial.
Sin embargo, la atención de los visitantes a esa pequeña urbe se dirige tradicionalmente hacia la solitaria figura de la Torre Iznaga, erigida en la primera mitad del siglo XIX como una atalaya con fines utilitarios.
La campana en lo alto de la construcción, de siete pisos y 45 metros de altura, servía de llamado para comenzar y poner fin al trabajo diario de los esclavos en las plantaciones de azúcar, además de marcar el momento de la oración a la Santísima Virgen.
La alerta ante incendios y fuga de esclavos figuraban asimismo entre las funciones de la monumental obra, a la vez que constituia un excelente sitio para contemplar el Valle de San Luis o de los Ingenios, lugar donde llegaron a contabilizarse más de 44 fábricas de azúcar y declarado hoy Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.
Las historias en torno a la Torre involucran a los hermanos Iznaga (Pedro y Alejo) -ricos hacendados de la época-, quienes por conquistar el amor de una dama acordaron construir, cada uno, una obra que determinaría al elegido según la longitud en metros.
El primero de ellos perforó un pozo de 28 metros de profundidad, aún en activo y del cual disfrutan los pobladores, en tanto Alejo apostó por la torre.
Sin embargo, otra de las leyendas relaciona a la edificación con la infidelidad de la esposa de Alejo, quien levantó así la monumental obra para encerrar a su compañera en uno de los niveles más altos.
Tradiciones aparte, esta provincia del centro de la isla complementa hoy su oferta con modernas instalaciones hoteleras que buscan a la vez respetar el entorno arquitectónico de sus poblados más antiguos, con sus calles empedradas y los techos dominados por la teja criolla.