La Villa de la Santísima Trinidad, una de las primeras fundadas por los españoles en Cuba y actual memoria viva de una historia de mas de cuatro siglos, constituye hoy sitio de obligada estancia para miles de turistas que visitan la isla.
Apoyada en su riqueza cultural, exuberante naturaleza y numerosos sitios vinculados con el pasado, Trinidad tiene también en el Valle de los Ingenios un tesoro único del desarrollo de la industria azucarera en la mayor de Las Antillas.
Avalado por la UNESCO con el titulo de Patrimonio de la Humanidad -junto al centro histórico de la ciudad-, agrupa varias decenas de ruinas correspondientes a ingenios, casas de verano, barracones y otras instalaciones vinculadas con la elaboración del dulce.
Verdadero museo viviente del azúcar en Cuba, en su territorio acogió una arquitectura industrial monumental por sus dimensiones y riquezas de materiales, unido a ejemplos singulares de construcciones domesticas, conocidas como casas-viviendas de los ingenios, algunas de ellas conservadas hasta nuestros días.
En señal del auge de esa actividad, hacia 1827 la región trinitaria disponía de 56 ingenios, los cuales utilizaban en calidad de mano de obra a poco mas de 11 mil esclavos, para una población total de 28 mil 700 habitantes en todo el territorio vinculado al dulce producto.
El fomento de esa actividad encontró condiciones naturales muy favorables en el Valle de los Ingenios, con todos los recursos necesarios para la industria, bosques vírgenes, tierras fértiles y puertos disponibles para el embarque de los productos.
A lo anterior se añade la dinámica expansión del comercio de esclavos desde finales del siglo XVIII, con lo cual se garantizaba la fuerza de trabajo necesaria para el desarrollo de la actividad azucarera.
En esa zona destacan las ruinas del ingenio San Isidro de los Destiladeros, propiedad de un hacendado de origen catalán, y uno de los de mayor prosperidad en la región hasta su abandono hacia la segunda mitad del siglo XIX.
Los restos de la casa-hacienda constituyen una muestra de la riqueza de sus propietarios y el conocimiento de los constructores que la edificaron, con una torre de tres niveles que cumplía funciones de campanario y mirador, al igual que otras existentes en el valle.
Junto a esa estructura, se aprecian elementos de un sistema hidráulico que recuerda a los europeos, construido a base de gruesos muros y contrafuertes de cantería, todo ello con el propósito de llevar el agua necesaria para el desarrollo del proceso productivo del azúcar.
En varias de las haciendas del territorio dejó sus huellas de pinturas murales el arquitecto y artista italiano Daniel Dall'Aglio, algunas de ellas en proceso de restauración con el respaldo financiero de organismos como la UNESCO.
Con todos esos elementos, la historia del azúcar en la mayor de Las Antillas tiene en Trinidad a uno de sus más fieles exponentes, complemento inigualable de los numerosos atractivos para el ocio localizados en la también conocida como Ciudad Museo de Cuba.