La ciudad de Camagüey, surgida en un inicio como villa costera, encierra en sus calles e inmuebles la historia de 490 años y las peculiaridades de ser llamada además por pobladores y visitantes "la ciudad de los tinajones".
Esos enormes recipientes de barro cocido, utilizados siglos atrás para almacenar el agua de lluvia con destino al consumo humano, adornan jardines y parques, aportando un toque de distinción a una urbe que refleja por doquier los recuerdos de una época colonial pasada.
La llamada en 1514 Santa María del Puerto del Príncipe, muestra en la actualidad una mezcla de modernismo con historia, en un entorno donde las nuevas edificaciones se interrelacionan con aquellos atractivos históricos que brindan la personalidad a la urbe.
Famosa por su potencial ganadero, su ubicación obedece a la necesidad de abandonar la orilla del mar para evitar el constante asedio de corsarios y piratas, atraídos por las riquezas de la mayor de Las Antillas.
Camagüey sigue siendo una ciudad con templos de una sola torre, fachadas con guardapolvos y pilastras, ventanas con artísticos enrejados, casas de portales interiores y techos de rojas tejas, signos de una arquitectura sobria y a la vez llamativa, todo ello ubicado en un verdadero laberinto de callejones.
Las calles evidencian un comportamiento caprichoso de sus creadores, pues mantienen su trazo recto apenas en tramos cortos, para después tomar las más diversas orientaciones y conformar incluso triángulos o cerrarse en una de las innumerables plazas de la antigua villa.
El principal de esos espacios es el ahora llamado Parque Ignacio Agramonte, surgido ya en 1528 como Plaza de Armas y que mantiene su condición de núcleo de la estructura arquitectónica de la urbe a pesar de los cambios provocados por el paso del tiempo.
Alrededor de ella se ubicaron en los albores de la fundación de la villa los centros de poder de los colonizadores españoles, entre los cuales figuraban el cabildo y la Iglesia Mayor, además de ser el eje en el pasado para el diseño del poblado.
Más cercanos a nuestros días son el Teatro Principal -edificado en 1850- abundante en mármol y cristal, en tanto el siglo XVIII nos legó la iglesia de La Merced, donde los visitantes tropiezan con un Santo Sepulcro elaborado en plata, la mayor pieza de ese tipo en el país, para el cual se utilizó el metal aportado por las 23 mil monedas donadas por un creyente.
Pero Camagüey no es sólo historia, 125 kilómetros de excelentes playas se ofrecen a los visitantes interesados en combinar la historia con el ocio, complementados con las alturas de la Sierra de Cubitas para los amantes del ecoturismo.
En ese entorno se localiza el balneario de Santa Lucía, considerado uno de los más bellos del mundo por sus aguas, además de contar con la segunda barrera coralina en extensión del planeta y numerosas colonias de flamencos rosados.
En una perfecta combinación de paraíso y aventura, una extensa red de cayos -muchos de ellos desiertos y con playas vírgenes- se ofrece como opción futura a aquellos que apuestan por un destino de historia y ocio.