La capital cubana, convertida en uno de los principales destinos de la industria del ocio, ocupa desde 1519 su actual y definitivo emplazamiento, respaldada por espacios únicos y construcciones que llegaron hasta la época contemporánea.
Museos especializados, galerías de arte, teatros, centros comerciales, hoteles y hostales se dan la mano en la ciudad, favorecida además por la diversidad arquitectónica acumulada durante casi cinco siglos.
Un verdadero abanico de estilos arquitectónicos otorga a la urbe un enorme valor patrimonial, al mezclar construcciones que incluyen elementos del barroco, neogótico, neoclasicismo, eclecticismo, art noveau y el movimiento moderno.
El desarrollo de la llamada antiguamente Habana Intramuros llevó a la realización de extensos proyectos constructivos, uno de los cuales terminó en el surgimiento de la Alameda de Paula, el paseo más antiguo de la capital de la isla.
Considerado el primer paseo de la ciudad, su terminación se sitúa en 1776 cuando se convirtió en un verdadero espacio social y cultural de La Habana, construida por Antonio Fernández Trebejo bajo las instrucciones del Capitán General Don Felipe Pons de la Viela, Marqués de La Torre.
En un inicio, la Alameda de Paula se componía de un terraplén adornado con dos hileras de álamos y bancos de piedra, calificado como un agradable entretenimiento para los vecinos de la Villa de San Cristóbal, carentes de sitios de recreo en aquel entonces.
En 1845, el ingeniero mexicano Mariano Carrillo le añadió una glorieta, beneficiada con anterioridad a esa fecha bajo los mandatos de los capitanes generales Salvador del Muro y Salazar, Marqués de Someruelos, y Gerónimo Valdés.
Hacia 1847 se le incorporó una fuente de mármol cargada de ornamentos, fecha que marca además el surgimiento en los alrededores del paseo de numerosos palacetes devenidos hoy en tesoros de la arquitectura cubana.
El nombre de la Alameda procede de su proximidad con el antiguo hospital de San Francisco de Paula, cuyas obras comenzaron en 1664 junto a una iglesia aledaña, que con el paso del tiempo fue también bautizada con la misma denominación.
En 1730, un huracán que azotó a la capital provocó la destrucción de ambas edificaciones, tras lo cual fueron reconstruidas con similar función y estilo arquitectónico barroco, hasta que con el decursar de los años fue demolido el hospital y una parte de la iglesia hacia 1946.
Sin embargo, aun ostenta elementos que le aportan un toque de singularidad, como son su aislamiento en el medio de una importante vía, una cúpula de base octagonal y su fachada, compuesta por tres secciones determinadas por la superposición de columnas dóricas sobre pedestales.
Los trabajos de recuperación llevaron al centro religioso a servir de sede a una sala de conciertos dedicada a la música barroca o antigua, mientras la Alameda ostenta la condición de vía de interés urbanístico, al recuperar muchos de sus atractivos originales gracias a la paciente labor de los expertos.
Con esa historia, el paseo más antiguo de La Habana exhibe con orgullo condiciones suficientes para figurar en la preferencia de los visitantes que acuden a la ciudad.