El desarrollo agrícola de la mayor de Las Antillas, concentrado en la época colonial en cultivos como la caña de azúcar y el café, sirvió de estímulo al fenómeno de la esclavitud ante la necesidad de mano de obra barata.
Miles de hombres, mujeres y niños, arrancados por la fuerza de sus comunidades y trasladados a miles de kilómetros de distancia, trajeron a la isla sus costumbres, religión y tradiciones culturales.
Su concentración en los ingenios azucareros y plantaciones de café permitió la transmisión de generación en generación de aquellos elementos que persisten en nuestros días e incluso se integran en las propias características de la nacionalidad cubana.
Especial interés concentraron los cafetales, muchos de ellos surgidos en zonas del oriente del país tras la emigración de colonos procedentes de otras naciones del Caribe.
Precisamente, esa región cubana cuenta entre los elementos históricos de interés con las ruinas de varias decenas de cafetales franco-haitianos establecidos en ese territorio a finales del siglo XVII e inicios del XIX.
Cerca de un centenar de esas fincas están contabilizadas en la provincia de Santiago de Cuba, restos de una época en la cual se asentaron los colonos galos, con sus costumbres y cultura.
Las mencionadas plantaciones forman parte del cinturón cafetalero de la región sudoriental de la mayor de Las Antillas, y constituyen también un elemento clave en la historia y cultura de la isla, toda vez que representan un testimonio evidente del desarrollo de ese cultivo en épocas pasadas.
Además de los trazos originales de las plantaciones, en esos lugares existen vivos testimonios de técnicas agroindustriales utilizados por los emigrantes franceses, así como otras costumbres y muestras de una arquitectura similar a la que ellos mismos destruyeron antes de huir hacia Cuba.
También están las huellas de la explotación a la cual eran sometidos los esclavos, pues el interés de los dueños estaba lejos de priorizar el bienestar de los seres humanos más allá de una simple condición de instrumento de trabajo de fácil reemplazo.
Para los amantes de la historia están las ruinas del cafetal conocido como Santa Sofía, un gigante con dotaciones de más de 600 esclavos, el Kentucky y La Isabelica, este último con la arquitectura de la época en perfecto estado de conservación y sede además de un museo etnográfico.
Precisamente con esa ultima finca, localizada en las alturas de la Gran Piedra, está relacionada la leyenda de un colono francés que se enamoró de una bella esclava llamada Isabelica, con la cual llegó incluso a contraer matrimonio.
La experiencia de los franceses llegó además a Cuba acompañada de un rico tesoro cultural, reflejado en la evolución de manifestaciones como la literatura, música, bailes, religión y gastronomía en el oriente del país e incluso hacia el Caribe, más allá de las fronteras de la mayor de Las Antillas.
Los esclavos ya no existen, desaparecieron con la propia evolución de la historia, pero sus historias, costumbres y huellas están presentes por doquier en la geografía cubana, incluyendo a las plantaciones donde se cultiva el aromático grano, amargo para quienes lo trabajaban en condiciones de explotación.