Así como el mundo marcó sus siete maravillas en la historia de siglos e igual cantidad en la época moderna, la mayor de Las Antillas también cuenta con obras monumentales clasificadas de únicas por las soluciones técnicas aplicadas y su magnitud.
Las denominadas maravillas de la ingeniería civil cubana, seleccionadas de un total de 37 propuestas, abarcan un plazo nada despreciable de 72 años, con la primera de ellas originada en el siglo XIX.
Ese honor correspondió al acueducto diseñado por Francisco de Albear, que comenzó a prestar servicios en 1893 y todavía en la actualidad suministra casi el 20 por ciento del vital líquido que consume la capital cubana, con una entrega de 144 mil metros cúbicos diarios.
Considerada en su tiempo una obra maestra, el proyecto del acueducto fue objeto de reconocimientos internacionales en las exposiciones de Filadelfia y París.
La segunda maravilla llegó en abril de 1912, con el Túnel del Alcantarillado de La Habana, diseñado para evacuar de la urbe las aguas albañales por gravedad y por debajo de la bahía.
Hacia 1931 los mil 139 kilómetros de la Carretera Central -desde occidente a oriente de la isla-, factor imprescindible para el desarrollo económico y social del país, se hicieron merecedores de ser incluidos en la privilegiada relación de obras ingenieras, con un compás constructivo de hasta 23,5 kilómetros por mes.
A inicios de la segunda mitad del siglo XX, más exactamente en 1956, el edificio Focsa -verdadero coloso de hormigón armado- ocupó su lugar en la lista al ser uno de los más importantes de su época con 39 niveles y una altura de 121 metros sobre el nivel de la calle.
Las cifras eran significativas, con facilidades de estacionamiento soterrado para 500 vehículos, 375 apartamentos, centros comerciales y piscina, unido al empleo de unos 35 mil metros cúbicos de hormigón, 120 kilómetros de tuberías para cables, un millón de pies de alambres de cobre y la particularidad de no utilizar grúas en su construcción.
Apenas dos años después de esta monumental obra, en 1958, la capital ganó rapidez en su acceso hacia el este con la entrada en operaciones del Túnel de la Bahía de La Habana, obra que necesitó del empleo de técnicas novedosas para su tiempo a nivel mundial y que facilita el cruce por debajo de la rada capitalina.
Los tubos que integran el viaducto se ubican a una profundidad de 12 a 14 metros, con cuatro carriles que permiten el tránsito de hasta seis mil vehículos por hora.
A la infraestructura vial cubana corresponden las dos últimas maravillas, la primera de ellas el Puente de Bacunayagua, con alturas de hasta 110 metros y donde por vez primera se utilizaron en el país el hormigón estructural y el acero laminado para los semiarcos, además de contar con vigas cuyo peso oscila en torno a las 47 toneladas.
La más reciente data de 1965 y se localiza en el oriente cubano bajo el nombre de Viaducto de La Farola, enlace entre Guantánamo y Baracoa con alturas que en ocasiones llegan a 450 metros sobre el nivel del mar y cuya ejecución en una formación geológica que no permite el uso de explosivos necesitó del empleo de los martillos neumáticos.