Con una historia próxima a cumplir en octubre los 131 años de edad, la Necrópolis de Colón figura hoy como un símbolo imponente del encuentro de la Cuba actual con el silencio, en recuerdo a las generaciones que descansan en el camposanto habanero.
El también conocido como Cementerio de Cristóbal Colón tuvo su inicio en un proyecto del arquitecto de origen gallego Calixto Arellano de Loira y Cardoso, graduado de la Real Academia de Artes de San Fernando de Madrid.
El citado profesional presentó una propuesta ganadora en 1869 del concurso para el nuevo cementerio de la capital cubana, divulgada bajo el título de "La pálida muerte entra por igual en las cabañas de los pobres que en los palacios de los reyes".
Los primeros trabajos dedicados a la nueva área de descanso final para los fallecidos se iniciaron en octubre de 1871, y ya en ese propio siglo la fama de la Necrópolis de Colón recorrió en mundo entero en la mano de las guías turísticas de la época, encargadas de divulgar los sitios de mayor interés en la capital de la mayor de Las Antillas.
Verdadero monumento arquitectónico de la antigüedad, la Necrópolis de Colón cuenta además con el honor de ser el único cementerio americano dedicado al gran navegante, descubridor de la isla y de otros importantes destinos en el continente.
Precisamente, las rejas de hierro forjado del camposanto, encargadas de cerrar los vanos de la llamada Puerta de la Paz, recogen en tres C (CCC) ese homenaje a quien llamó a la ínsula "La tierra más hermosa que ojos humanos han visto".
El acceso más importante a la amplia explanada del silencio está en la majestuosa portada norte, donde se desarrolla el motivo escultórico del arco de triunfo, con una altura máxima de 22,5 metros.
Símbolos irrepetibles atraen a los visitantes al cementerio, caracterizados por antorchas invertidas que recuerdan el término de la existencia humana, acompañadas de ramas de laurel y de relojes de arena alados, los cuales marcan con el descenso de sus granos lo irreversible de la vida terrenal.
En épocas posteriores, y más exactamente en 1901, un conjunto escultórico -elaborado en Italia por el escultor cubano José Villalta Saavedra- completó la coronación del ático de la puerta norte, ejecutado en el mundialmente conocido mármol de Carrara.
La obra, titulada "Las Tres Virtudes Teologales" -Fé, Esperanza y Caridad- se vio acompañada en esa ocasión de una inscripción en latín (Janua Sum Pacis), la cual precisamente sirvió para otorgar a ese acceso la denominación de Puerta de la Paz.
La principal entrada al mundo de los no vivos se vio complementada en su decoración con dos medallones, alegóricos a "La crucifixión de Jesús" y "La resurrección de Lázaro", los cuales sirvieron de respaldo al papel jerárquico de esa entrada al camposanto habanero.
Hacia el interior del silencioso sitio, dos amplias avenidas -llamadas de norte a sur Cristóbal Colón y Obispo de Espada y de este a oeste Fray Jacinto- sirven de marcador principal para la división del cementerio en cuatro áreas, llamadas en sus inicios cuarteles.
Precisamente en esas zonas, hasta hoy en día llega el descanso de miles de cubanos, acogidos en el seno del cementerio bajo la tutela de los centenares de panteones o simplemente en la tierra que sirve de refugio a los cuerpos de los habitantes de esta isla cuando abandonan la vida.