Entre anécdotas de muertes, esperanzas fallidas y resignación, en la Necrópolis habanera de Colón destaca por sus cantos de amor y esperanza la leyenda de La Milagrosa, que tuvo su origen a inicios de siglo.
Para los visitantes que acuden cada día al famoso monumento arquitectónico dedicado a los muertos por los vivos resulta de interés una pequeña tumba cubierta siempre de flores frescas, atendida con cariño y respeto por numerosas personas.
El sepulcro, ubicado a escasa distancia de la Capilla Central de la Necrópolis, pertenece a Amelia Goyri, conocida como La Milagrosa, quien falleciera en la fecha lejana del 3 de mayo de 1903, a la edad de 23 años, como consecuencia de un parto.
Cuentan en la historia que la criatura tampoco sobrevivió al nacimiento y ambos, madre e hijo, fueron enterrados en la tumba, la cual era visitada diariamente por el inconsolable viudo, José Vicente Adot y Rabell.
Jornada tras jornada, durante años, Adot acudía fielmente a la sepultura de sus seres queridos, cuya muerte nunca aceptó al considerar que Amelia solo estaba dormida, por lo cual la despertaba con tres toques en una especie de señal secreta de complicidad entre esposos.
Al llegar la fecha de la exhumación de los restos, se pudo comprobar que los cuerpos estaban intactos y en un símbolo de amor maternal, Amelia estrechaba a la criatura entre sus brazos, por lo cual se tapió nuevamente la bóveda y se conservó intocable hasta nuestros días.
La leyenda de La Milagrosa sirvió de inspiración al escultor cubano José Vilalta Saavedra, quien en 1914 realizó una obra en tamaño natural con el hermoso mármol de Carrara como materia prima, donde representó la figura de una mujer joven cuya vista se dirige hacia lo alto en señal de fe.
El brazo izquierdo de la estatua rodea a un recién nacido y el derecho se apoya en una cruz latina, considerada símbolo del sacrificio.
Al divulgarse como el viento la historia de La Milagrosa, los habaneros convirtieron el lugar de descanso de Amelia en un sitio donde acudir a pedir protección para sus niños, por un parto sin complicaciones o incluso en busca de un vástago para aquellas parejas sin posibilidades biológicas de concebir, costumbre que llegó hasta nuestros días.
La impresionante figura en mármol de La Milagrosa se complementa con numerosas capillas-panteones erigidas en el territorio del cementerio durante años, como una especie de templo para resguardar las sepulturas.
Precisamente esas obras constituyen una de las características más notables del camposanto, ejecutadas en los variados estilos arquitectónicos y materiales, de acuerdo con la fecha de construcción y la posición económica del fallecido.
Unos 400 sitios de esas condiciones se localizan distribuidos entre las diferentes partes del cementerio, muchos de ellos dedicados no sólo a personalidades individuales, sino a sociedades de beneficencia o instituciones, como es el caso del panteón de las fuerzas armadas.
En una extensa área donde contrasta el verde de la vegetación con el blanco frío del mármol, los recuerdos perduran en la eternidad y envuelven a aquellos que se aventuran a conocer esa parte de la historia de La Habana, contada en el silencio de sus muertos.