La zona central de la mayor de Las Antillas, con varias de las primeras poblaciones surgidas en la isla, encierra una riqueza única gracias a la perfecta combinación de valores patrimoniales, naturaleza ocio y cultura.
En esa región destaca Trinidad, con 505 años a su favor que la colocan bajo la condición de Ciudad Museo y califica además entre los conjuntos arquitectónicos más completos y conservados del continente americano.
Conocida antaño como Villa de la Santísima Trinidad, en 1988 la UNESCO la inscribió en la Lista del Patrimonio Mundial el Centro Histórico de Trinidad junto al Valle de los Ingenios, zona donde prosperó el azúcar con la llegada de las familias Iznaga, Borrell y Brunet hacia la mitad del siglo XIX.
Además, desde el 2018 ostenta la condición de Ciudad Artesanal del Mundo, en reconocimiento a su quehacer.
Ruta obligada hacia la conquista de nuevos territorios, se asentó junto a las márgenes del río Guaurabo, donde los españoles encontraron una población aborigen utilizada como mano de obra, tierras fértiles y excelentes puertos para la preparación de expediciones.
Casonas coloniales, amplias, cómodas y ventiladas, palacios donde el lujo y el derroche hicieron de las suyas para integrarse al arte colonial cubano, convierten a Trinidad en una indiscutible joya urbanística y arquitectónica de antaño.
Sin dudas, a largo plazo el turismo apunta a ganar terreno gracias a la construcción de dos instalaciones hoteleras de categoría cinco estrellas, como parte del plan de desarrollo hasta el 2030.
La región de Trinidad constituye, además de una ciudad de arquitectura colonial sumamente conservada y poseedora de fuertes tradiciones, un punto de partida para recorridos de naturaleza y náutica.
El barroco español está presente en los amplios portales de las mansiones señoriales de antaño, en una estructura donde la amplia plazoleta con la iglesia al centro constituía el diseño clásico de las poblaciones, tendencia que evolucionó hacia un método constructivo adaptado a las condiciones del país.
Hacia el siglo XVIII irrumpe con fuerza el estilo neoclásico, presente hoy en día en la ornamentación de puertas y ventanas con preciosas rejas de vistosas filigranas, donde los artesanos buscaron cumplir el doble cometido de proteger y a la vez embellecer.
También cobran forma las principales actividades económicas, centradas en la ganadería, el tabaco y comercio de contrabando, para finalmente orientarse en el siglo XVIII hacia la industria azucarera, hasta llegar a ser en 1827 la urbe de mayor cantidad de inmuebles de mampostería y tejas por habitantes de Cuba.
Sus espacios acogen importantes atractivos en inmuebles de la época, entre ellos el Museo Romántico, antigua casona Brunet, enclavado en la Plaza Mayor, el de Historia que ocupa el antiguo Palacio Cantero y el de Arqueología Guamuhaya.
Este ultimo muestra en ocho salas de la antigua Casa de Padrón objetos pertenecientes a las comunidades aborígenes que vivían en la región centro-sur de la isla de Cuba durante la etapa precolombina.