La temporada de verano en la mayor de Las Antillas abre el compás de espera para el turismo, atento a las señales que muestren una reactivación de la industria del ocio en la isla.
En el caso del mar, los interesados dirigen su mirada a Varadero, donde dos decenas de kilómetros de excelentes playas, vinculadas con atractivos naturales como las cuevas, cayos vírgenes y transparentes aguas, se complementan con una amplia infraestructura capaz de satisfacer los gustos más exigentes.
Las ofertas para el turismo se complementan con la Reserva Ecológica Varahicacos, con senderos dedicados al ocio, además de pequeñas islas cercanas como los cayos Piedras del Norte y Romero, destinos populares para el buceo.
En efecto, la naturaleza muestra con orgullo las más de 300 hectáreas de Punta de Hicacos, con las pictografías aborígenes de la Cueva de Ambrosio y las ruinas de la Salina La Calavera, considerada la primera en explotarse en América por los españoles en la etapa de la colonización.
La infraestructura hotelera está en franca expansión, con proyectos como los de Oasis, que aportaran cerca de mil habitaciones al potencial de alojamiento del destino.
De manera adicional, se adelanta la creación del primer bulevar de la famosa Playa Azul y el remozamiento del Centro de Convenciones Plaza América, esenciales en el concepto de integralidad de los servicios.
Mientras, los fondos marinos de Varadero poseen más de 40 tipos de corales, diversidad de peces, langostas, camarones, cangrejos, tortugas y más de 70 tipos de moluscos.
Unido a ello, la existencia de varias marinas facilita la práctica del submarinismo, con embarcaciones apropiadas, personal preparado, centros de enseñanza de buceo, cámaras hiperbáricas y el transporte necesario para cualquier emergencia.
Sin dudas, el inmersionismo tiene su plato fuerte en el Hoyo Azul Ojo del Mégano, una enorme caverna de 70 metros de diámetro, donde prevalecen los paredones sumergidos, barreras de corales y enormes bancos de peces multicolores.
Asimismo, tiene como complemento al Varadero Golf Club, con el sello característico que le otorga un entorno donde predominan el aire puro, la vegetación y la quietud, elementos indispensables en la práctica de esa disciplina.
La instalación se erige en las Peñas de San Bernardino, donde antaño el millonario Irenne Du Pont de Nemours instaló un campo de nueve hoyos para su disfrute privado en un área exclusiva de 180 hectáreas, a escasos metros de la línea costera en una de las mejores playas del orbe.
La fundación de la ciudad se remonta a 1887, cuando se asentaron las primeras familias en la zona, y ya a inicios del pasado siglo se edificó el primer alojamiento -ya desaparecido por el paso de los años- bajo el nombre de La Torre.